Esta es la historia de la primera y última vez que me enamoré. A veces pienso que todo lo que te quise de algo habrá valido. Y no me jode por los sueños, me jode por los inviernos que parecían primaveras. Ningún amor de verano podrá darte el calor que yo te daba en invierno. Y aunque te eche de menos a morir, hay amores eternos que duran lo que dura un invierno. Sigo hablando de sus ojos cuando me preguntan por mi color favorito. Desde el día que se fue la vida sigue como las cosas que no tienen mucho sentido.

sábado, 8 de junio de 2013

Sentir.

Su cabeza junto a la mía. Mis manos acariciando su espalda y rodeándolo frenéticamente. Formábamos un engranaje perfecto, más perfecto que el reloj de una estación cualquiera. Aún recuerdo la textura de su pelo ondulado escondiéndose entre mis dedos. Sus labios carnosos rozando los míos y aquella felina mirada fija. Sentir su respiración en mi cuello y cómo se me erizaba cada uno de mis poros. Sus colmillos clavados en mi yugular La sonrisa tímida inevitable y esa subida de temperatura repentina que se reflejaba en mis mejillas con solo tenerle presente. Abrigo en noches de febrero, antídoto ante la enfermedad. Antidepresivo contra las nostalgias que aún no existían. Un no echar de menos nada. Sus palabras a media voz, las excursiones turísticas a través de su cuerpo. Las farolas como espectadoras de tantos paseos nocturnos colgados de la mano...








Pero a veces crees que la vida te sonríe y la muy puta solo se está riendo de ti.

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