Su cabeza junto a la mía. Mis manos acariciando su espalda y rodeándolo frenéticamente. Formábamos un engranaje perfecto, más perfecto que el reloj de una estación cualquiera. Aún recuerdo la textura de su pelo ondulado escondiéndose entre mis dedos. Sus labios carnosos rozando los míos y aquella felina mirada fija. Sentir su respiración en mi cuello y cómo se me erizaba cada uno de mis poros. Sus colmillos clavados en mi yugular La sonrisa tímida inevitable y esa subida de temperatura repentina que se reflejaba en mis mejillas con solo tenerle presente. Abrigo en noches de febrero, antídoto ante la enfermedad. Antidepresivo contra las nostalgias que aún no existían. Un no echar de menos nada. Sus palabras a media voz, las excursiones turísticas a través de su cuerpo. Las farolas como espectadoras de tantos paseos nocturnos colgados de la mano...
Pero a veces crees que la vida te sonríe y la muy puta solo se está riendo de ti.
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