Esta es la historia de la primera y última vez que me enamoré. A veces pienso que todo lo que te quise de algo habrá valido. Y no me jode por los sueños, me jode por los inviernos que parecían primaveras. Ningún amor de verano podrá darte el calor que yo te daba en invierno. Y aunque te eche de menos a morir, hay amores eternos que duran lo que dura un invierno. Sigo hablando de sus ojos cuando me preguntan por mi color favorito. Desde el día que se fue la vida sigue como las cosas que no tienen mucho sentido.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Ojalá nada cambiara.

Seguridad, estabilidad. Un saber que hay alguien ahí, que no es sin ti. Saber que él te quiere. No creo que pueda pedirse mucho más.
"Un verano cogidos de la mano, y nos hemos pasao' noches enteras..."
Noches, tardes, días. Juntos, que al fin y al cabo es lo importante. Un "siempre juntos" que no se puede olvidar aunque se acabe con un "nunca". El once de julio no es nada comparado con todos los momentos que pasamos.
La emoción de ir a buscar a esa persona a una estación de tren, los nervios antes y el abrazo de recibimiento. Ese abrazo en el que por unos instantes flotas en el aire.
Las tardes en las que caminábamos simulando ser equilibristas sobre los raíles del tren. Como una verdadera metáfora de la vida; por alguna razón me daba la mano. Y si me caía el estaba para sujetarme. Nos sentabamos en un banco y luego todo se resumía en besos, abrazos y sonrisas. Sonrisas y risas, nunca faltaban. Alguna que otra vez hacíamos poesía (cuando digo poesía me refiero al amor). Le miraba a los ojos y aunque fueran azules con el mar, ese mar nunca fue de dudas.
Y luego las malditas despedidas, las odio desde siempre. Apurando el último beso antes de que nos pillara el tren. Y ojalá esto nunca cambiara.

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